viernes, 19 de diciembre de 2014

La habitación blanca


Empuje las blancas y pesadas puertas blancas, haciéndolas chocar con las paredes, igualmente blancas y lisas. En ellas deje las huellas de mis manos negras.

-Te gusta hacer entradas dramáticas.- Dijo un hombre sentado en una silla, alrededor de una mesa con varias copas con un líquido blanco.

Todo en esa estancia era blanco, el suelo, el techo, las paredes, la mesa de billar, los sofás… Incluso los hombres iban vestido de blanco.

Si, los tres hombres que había en la estancia, estaban sentados entorno a la mesa que tenía las copas, uno de ellos sostenía una de ellas en la mano y pegaba pequeños sorbos.

-Me gusta hacerme notar.- Conteste con una sonrisa.

Camine dentro de la estancia. Iba completamente de negro, destacando en el resto de la habitación y tras de mi aparecían huellas negras donde pisaba que desaparecían a los segundos.

-Devuélvenos el alma de Gabriel.- Dijo el mismo que había hablado antes, esta vez levantándose de la silla.

-¿De quién?- Pregunté haciéndome el tonto.

-Escúchame, estúpido demonio, devuélvenos el alma de Gabriel en el acto.

Ignore al hombre que comenzaba a enfadarse y simplemente camine por la estancia, dejando mi rastro allí en todo lo que tocaba. Era como si la habitación supiese que no le pertenecía y tenía que dejar constancia de todo lo que tocaba. O quizás fuera la pulcritud exagerada de los ángeles y su angelical limpieza frente a un “sucio” demonio.

Cogí un palo de billar y tras frotarlo un poco, este se tornó completamente de blanco al negro. Me apoye sobre la mesa y golpee la bola blanca que estaba separada del resto, haciéndola chocar con el resto, el rastro negro se iba esparciendo por la mesa, al contacto con las bolas.

Uno de los dos ángeles que aún no habían hablado, trato de quitarme el palo de las manos de un fuerte tirón, pero solo se llevó un fuerte forcejeo y una huella de mi zapato en el pecho, haciendo que callera en el suelo. Los otros dos estaban en alerta.

-Pensé que trataríais mejor a los invitados.- Proteste.

-No eres bienvenido.- Contesto el mismo que había hablado hasta ahora.

-Pero bien que me pedís cosas. Eso no es justo.

El ángel caído se había levantado y puesto junto a sus compañeros y trataba de quitarse la huella que aún tenía en el pecho. Me fije en que los tres vestían igual, lo único que les diferencia entre ellos era el color del pelo y los rasgos faciales.

Me volví otra vez a la mesa de billar y volví a usar el palo para golpear una bola, que termino de pasar de ser blanca a negra y traspaso ese efecto a todas las bolas que tocaba, como si de una infección se tratase.

El tercero de ellos que aún no había hecho nada y que estaba más cerca volvió a tratar de deshacerse de mí, pero se llevó un buen golpe con el mango del palo de billar. Y como no desistió, volví a darle con él, dejándolo en el suelo. Y sin ninguna compasión o vacile, clave la punta del palo en donde debería de estar su corazón. Este emitió un grito atroz antes de convertirse en mero polvo que se fusiono al suelo, dejando la huella de su muerte estampada en negro. Los otros dos ángeles que quedaban contemplaron la escena y sus rostros tornaron hacia la ira.

-Es una lástima que tenga que acabar así.- Musité.

Para ese instante ambos habían invocado a sus armas que tenían en la mano, dispuestos a atacar con contundencia. Aquel que tenía la huella en el pecho fue el primero en moverse, alzo su espada corta, totalmente blanca e inmaculada y me dio tiempo a esquivarle, el segundo movimiento también fue fácil de esquivar, muy previsibles todos ellos. Con el tercero se le quedo la espada trabajada en la madera blanca que tenía la mesa de billar, aproveche la ocasión para contraatacar, apoyándome en la mesa, gire dando una patada en la mandíbula al hombre, que retrocedió unos pasos y alejándose de su espada.

El otro, el que parecía el jefe, se acercó lentamente y con un hábil movimiento, agarre una de las bolas que había sobre el tablero y se la lance a la cara, la cual esquivo fácilmente. Recogí la espada del que estaba atontado y me encare con el jefe.

-Son estas cosas las que impiden que los vuestros y los nuestros nos llevemos bien.- Murmuro el hombre lentamente, escupiendo cada palabra.

-No te engañes, Pedro, nos llevaríamos mal aun sin estas cosas.- Conteste con una sonrisa.

El ángel aprovecho mi pausa para atacarme. Estaba preparado y fue un constante tintineo de golpes metálicos. Tenía que cambiar de táctica y que esto no me iba a llevar a ningún lado y acabaría antes muerto de aburrimiento que por la espada de ese hombre.

Usando una sombra alce una espada que coloque amenazante en la nuca del atacante. El hombre alzo las manos y dejo caer la espada que blandía.

-Nunca.- Murmuro y se dejó caer hacia atrás, clavándose la espada y salpicando los alrededores de ceniza negra.

Se había suicidado para que no pudiera robarle el alma. Era muy tonto, su sacrificio había sido en vano.

Tire la espada, ahora negra, y camine hasta el ángel que aún quedaba vivo. Estaba inconsciente tirado en el suelo. Me agache a su lado. El muchacho era guapo, una lástima.

Introduje mi mano en su pecho, junto al corazón y extraje la gelatinosa alma blanca. El chico se convirtió en cenizas, dejando un rastro sobre el suelo, ahora ya completamente negro.

Antes de irme del lugar lo repase con la vista. Todo había cambiado, pero a la vez seguía igual. Seguía teniendo los mismos sofás, la misma mesa de billar, pero era diferente, ahora todo era oscuro, negro, como si supiese que sus ocupantes ya no le acompañaban y debía aclimatarse.

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