domingo, 26 de mayo de 2013

Licantropo (Eva 5)

Me desperté en la misma posición en la que me quede dormido. El sol se filtraba por la ventana, dando demasiada claridad a la habitación. Con agilidad felina me levante sin despertar al chico que seguía durmiendo y deslice la cortina, dejando la estancia en penumbra.

El periódico estaba encima de la mesa de café al lado de la ventana. Traía de portada varios terremotos en el rift africano me pare frente a él cuando algo al fondo, en la cocina, se movió.

Para mi suerte era Lia.

-¿Cómo te has colado aquí?- grité en voz baja.

-Bueno... Ya sabes... Por la puerta.-Miré hacia el lugar citado y estaba tal y como lo recordaba, cerrado, por lo que no termine de creerla.

-Dijiste que le quedaba más tiempo.

-Por lo visto me equivoqué, no me llevo muy bien con las mates.

-Teníamos un trato... -Murmuré conteniendo la ira.

- Así es... y todavía no tengo Eva en mi poder, así que no has cumplido tu parte. No esperes que yo lo haga.

- Dame tres días.

La mujer negó con la cabeza. Mire al sofá donde Zack dormía. Podía dejarle ahí y volver antes de que despertara.

El ángel pareció entender e hizo un giro de muñeca, haciendo pedazos la puerta de la entrada y justo tras ella aguardaba un cosechador.

Sin pensarlo un segundo, usando su propia sombra le destroce. Acto seguido el pánico corrió por mis venas.

- Muévete, Zack.-Le zarandee a lo cual el reaccionó adormilado.

Con demasiada urgencia cogía un par de camisetas de mi habitación y le lancé una.

-Tenemos que irnos.

El chico se levantó sobresaltado.

-Pensé que aquí estábamos seguros.

-Yo también hasta que...-Miré hacia la cocina donde estaba la culpable de todo esto, pero la muy zorra se había ido.-Da igual, ya no es seguro y no tardarán en dar con nosotros.

El chico se cambió la camiseta.

Una ventana se rompió en el salón y tras los añicos de cristal apareció otro cosechador, en posición depredadora y la vista clavada en Zack.

Agarre al chico del antebrazo y tire de él para que me abrazase y aprovechando el gesto me transporte con el chico en mis brazos.

-¿Pero qué demonios...?-Farfulló el muchacho. - Ayer por la noche hiciste lo mismo... ¿Qué es?

-Una forma de moverse en el espacio en muy poco tiempo. Ahora estamos en el rift africano.

-¿Me estás diciendo que hace dos minutos dormía en tu piso de Nueva York y ahora estoy en vete a saber dónde de África?

Le mire y asentí. No tenía intención de que lo comprendiese todo.

-¿Y qué hacemos aquí?

Antes de contestar silbe con fuerza haciendo que se oyese por todo el valle. El chico se tapó los oídos ante el estruendo y algunos pájaros salieron volando.

-Buscamos a un hombre lobo que tiene un anillo que abre una puerta.

-¿Un hombre lobo?-Repitió

-Sí, esos que se convierten en lobos... Lo de la luna llena es un mito, se transforman cuando quieren... La mayoría de las veces.

-Claro... ¿Y tú? ¿Qué eres?- Preguntó el chico.

Me disponía a contestar, pero empezaron a rodearnos varios hombres. Conté siete más el alfa.

-¿Por qué será que no me sorprende que estés aquí?- Comentó el lobo alfa, fácilmente reconocible porque era un poco más alto y más musculoso que sus esbirros.-¿Qué haces aquí?

-Quiero pedirte un favor.

-He hablado con Alex. Sé qué favor me vas a pedir y que vas a intentar coger el anillo.

-Sabes que no me gusta pelear, pero no tendré remordimientos por patear a tu patética manda y luego quitarte el anillo.

No gusto a los hombres lobo lo que dije dado que se pusieron a gruñir. Tenía que reconocer que en el sexo, los gruñidos de los licántropos son muy excitantes, en el resto de cosas resultan irritantes y amenazadores.

-Y diles a tus esbirros que gruñir puede ser molesto y amenazante.

Mi objetivo era que perdiesen la paciencia y atacasen, eso les haría perder la formación y serían más fáciles de combatir.

Me giré hacia el chico al que más rápido le latía el corazón gruñía de pura ira, solo necesitaba un empujoncito para que estallase. Invoque mi espada y le coloque un fino recubrimiento de plata sintética.

Como esperaba el mozo considero la acción hostil y se lanzó sobre nosotros. Algunos les siguieron.

Me limite a golpearles con la espada, algo que les quemaba más allá del mero golpe.

Los jóvenes con apenas uno o dos golpes se quedaban retorciéndose en el suelo, mientras que los más experimentados tenían mas tolerancia al dolor y tenía que romperles algún hueso.

Tras dejar a todos los licántropos en el suelo, me volví hacia el alfa.

-No me obligues, Adam.- Le dije a la vez que le tendía la mano abierta pidiendo el anillo.

El hombre se llevó la mano al anillo que estaba en la contraria. Esbozo media sonrisa.

-Hoy no.

Me gire al ver que su vista se había centrado en otra cosa. Detrás de Zack había otro hombre lobo con intención de morderle. Sin pensarlo alce mi espada y se la clave en el hombro, y dejándola ahí, le quemaba y se veía salir un poco de humo. Le di una suave patada en el pecho para desincrustar mi espada del cuerpo haciendo que salpicase sangre por todos lados. El cuerpo se desplomo inerte sobre la tierra.

Me arrodille al lado de Zack y le pregunté si estaba bien. Estaba anonadado y cubierto de gotitas de sangre pero el chico asintió levemente sin apartar la vista del muerto.

-Siento lo de tu beta.-Comenté mientras me levantaba.

Adam estaba al borde de la pura ira. Eso le haría salir de su posición defensiva. Sus puños estaban apretados, muy apretados. Al igual que sus dientes. El hombre al que no le faltaba un músculo, murmuró algo que no termine de oír por lo que le ignore.

Finalmente el hombre perdió los estribos, se lanzó sobre nosotros y no fue muy difícil hacerle frente. Siendo un tipo tan fuerte y corpulento solo tenía que esquivarlo y su peso haría el resto.

Di unos pasos hacia delante para distanciarme del humano. Cuando el licántropo me tuvo a tiro realice un amago y le asesté un rodillazo en el abdomen seguido de un codazo en la espalda dejándole en el suelo. Coloque un pie sobre su espalda y cogí su mano derecha y tiré hacia arriba, retorciéndole el brazo, si tirase un poco más fuerte creo que podría arrancárselo.

Pero no era mi intención, solo quería lo que había en su dedo anular. Ahora le era imposible mantener el puño cerrado por lo que fue facilísimo quitárselo.

-No te saldrás con la tuya.- Farfulló tirado en el suelo.

-No es a mí a quien tienes que detener.

-¿A no? -Preguntó con cierta ironía.- Sorpréndeme.

Dejándole aun inmovilizado, me agache a su lado, clavando mi rodilla entre sus omóplatos.

-Eres el último. Sabes dónde buscarme.

Di un ligero empujón desencajándole el hombro con un fuerte crujido. El hombre gritó de dolor. Aproveche la conmoción para andar hasta Zack, que se había agazapado en medio de la explanada. Le tendí la mano y le ayude a ponerse de pie.

-¿Que eres?- Musitó con temor mientras me miraba con ojos lloros y atemorizados.

-Te contestaré las preguntas, pero este no es el sitio ni el momento adecuados.- Murmuré de manera más tierna que pude. Con mi dedo le limpie una gota de sangre que le había salpicado en la mejilla.

-¡Erik!

Me giré hacia el alfa que se levantaba tambaleante del suelo.

-Hasta pronto Adam. Te devolveré tu anillo en la próxima.

Agarré al chico y me transporte, llevándole conmigo, justo antes de que el hombre lobo se nos echase encima.

Aparecimos en una playa. Las vistas ahí siempre me habían parecido terriblemente hermosas, aguas azul turquesa, arena blanca y fina y hacia el interior de la isla, justo en el medio de esta estaba la enorme torre negra, contrastada con el cielo limpio y claro.

-¿Qué lugar es este?

-Quae salvat. Así es como se llama en las leyendas antiguas. La torre que guarda. Pero eso no quiere decir que sea su nombre.-Me senté en la arena, de espaldas a la torre.

-¿Guarda? ¿Que guarda?

-Lo que todo ser, humano o no, anhela.- El chico se sentó a mi lado y me miró con curiosidad.- Ser Dios.

-¿Y porque me trajiste aquí? Ni siquiera sabía que esta isla existiera.

-Es el lugar más seguro que hay, muy poca gente conoce su ubicación y mucha menos sabe llegar. Así que no vendrán a buscar tu alma hasta aquí.

-En eso te equivocas.- Lia, el ángel, apareció a tocar las narices, como siempre.- Acabemos rápido ahí dentro y así nos vamos todos pronto a casa.

-¡Tú!- Bramó el chico. A la vez que se levantaba sobresaltado.- Eres la que me compro mi alma.

La mujer sonrío ampliamente.

-La recuperaré, no te preocupes. -Le consolé mientras me levantaba yo también.- Vamos.

Caminamos hacia la torre y nos topamos con la puerta, enorme y con cierto estilo gótico, arcos apuntados. El material no era ninguno que se pudiera encontrar en el resto de la tierra, era un potente compuesto angelical y demoníaco.

Antes de entrar, me apoye en la puerta.

-Antes dame lo que me debes, Lia.

La mujer rodó los ojos y saco de la nada un arco blanco. Me lo tendió y lo acepte con gratitud y me lo coloque cruzándome la espalda. Acto seguido, me volví hacia la torre de nuevo. Empuje las pesadas puertas y salió de su interior una ráfaga de aire frío y húmedo.

-Bienvenidos a La Torre.

domingo, 19 de mayo de 2013

Sirena (Eva 4)

Llegué al paseo costero, cerca de la opera de Sydney. El ángel apareció tras de mí.

-¿Porque no me traes siempre a sitios como estos?- Murmuró. No conteste y empecé a andar sin dirección concreta.- Otra cosa, ¿Cómo eres capad de encontrar a tus compañeros guardianes?

Me replantee la pregunta, era algo que nunca antes había pensado en ello.

-No lo sé.- Conteste vagamente. - Las noticias me suelen indicar el lugar y luego simplemente me dejo caer.

La chica se adelantó y se puso en mi camino.

-Dime que sabes a donde vamos y que no estas andando por andar.

-Sé a dónde voy y no estoy andando por andar.-Repetí encogiendo los hombros.- ¿Tanta ilusión te hace que te mienta?

-Me da igual, ángel, demonio o humano todo el género masculino es estúpido.

Contestó y empezó a caminar por el paseo mientras despotricaba contra el género opuesto.

Una punzada me asalto en el estómago y de manera automática giré y me interné en la ciudad. Entre en una cafetería y me senté en un taburete en la barra. Señale una tarta con buena pinta y la camarera asintió.

-Pero serás mamón, ¿Cómo se te ocurre dejarme hablando sola de esa manera?

-Mejor, pónmelo para llevar. -Le dije a la camarera, que volvió a asentir con una sonrisa un poco forzada.

-¿Qué haces aquí?¿Le has encontrado?

-No, pero sé que está ahí. -Señalé el edificio de enfrente.

-¿Ahí? -Repitió el ángel mientras le daba las gracias a la camarera por el trozo de tarta.

Me levante y salí de la cafetería. Tome dirección al gran hospital, hoy parecía que iba a pasarme el día en hospitales.

Cuando llegamos a la entrada, ya había acabado el trozo de tarta, que estaba muy bueno.

-¿Cuál es el plan? ¿Ir piso por piso y viendo si esta?

Me pare en seco y me voltee hacia la mujer.

-No es un mal plan.- Contesté encogiendo los hombros.

-¿No lo dirás en serio?- Replicó la mujer.

Me monte en el ascensor y pulse todos los botones, de manera que fuimos parando en todos los pisos. En el piso cuarto, las puertas se abrieron, dejando salir a un grupo de enfermeras. Cuando las puertas estaban cerrándose, algo al final del pasillo me llamo la atención, puse la mano en la puerta que dejo de cerrarse y se abrió de nuevo. Salí del ascensor bajo la atenta mirada de las enfermeras, pero no me importo. Lia me seguía de cerca. Camine por el pasillo y me pare frente a la puerta 422. Estaba ahí.

Empuje la puerta suavemente, que hizo un ligero chirrido. Tras ella estaba Elena.

Estaba recostada en una cama con los pies en alto y las piernas abiertas. Estaba dando a luz. He de decir que nunca había visto a una sirena dar a luz.

-Me levantaría a recibirte, Erik, pero me pillas un poco ocupada.

Camine hasta ella y me situé a su lado. Ella me agarro de la camiseta y tiro de mí.

-Sé lo que estás haciendo.- Me susurró en el oído.

-Has provocado un tsunami en Nueva Zelanda.- Comente fingiendo no haberla oído.- Y lo entiendo.

-No pienso dártelo.- Contestó justo antes de una contracción. Me soltó y agarró el colchón de la cama con fuerza mientras se guardaba el grito para ella.

Cuando el dolor remitió y ella se relajó, yo le cogí la mano que tenía más cerca.

-Elena, por favor. Te lo devolveré, sin riesgo alguno. Y podrás continuar normal con tus hijos, sin interrupción sobrenatural.

Le mire a los ojos y ella me devolvió la mirada con los ojos acuosos mientras se lo pensaba.

Otra contracción la invadió y la sirena apretó mi mano como si no hubiera mañana, lo que me hizo tener que tragar el grito de dolor. No sabía que las sirenas fueran tan fuertes. La contracción remitió y mi mano fue liberada pero la deje ahí agarrada a la suya.

-Tómalo y vete.- Murmuró mientras me tendía el anillo color cobalto.

-Gracias.- Contesté y le di un beso en su frente sudada.- Sera una niña igual de terca que su madre.

-Lárgate antes de que me arrepienta.- Me separé de ella no sin antes acariciar la barriga que escondía la nueva vida. -Erik- Me pare en la puerta, justo antes de salir.- No la pifies.

-Me ofendes, Elena. ¿Cuándo la he pifiado yo?

Le guiñe justo antes de salir. El ángel me esperaba apoyada en la pared.

-Te habrá supuesto todo un reto, ¿no? No le he oído peleas, ni cosas rompiéndose.

-Estaba dando a luz.- contesté encogiendo los hombros.- Y ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer.

Las puertas del ascensor se cerraron tras de mí, dejando a la rubia en el rellano. Aprovechando el elevador vacío me transporte hasta mi piso, en Nueva York, aún no había dado ni el medio día aquí.

Me recosté en el sofá y dormí con gana. Me desperté a tiempo para darme una ducha y vestirme. Una vez listo, me transporte hasta un callejón cercano a la cafetería. Caminé hasta allí y entre, sentándome en un taburete en frente de la barra.

-Que guapo este hoy.- dije al camarero que había venido especialmente preparado para la ocasión.

-La ocasión lo requiere.- Contestó a la vez que me sonreía.- Has llegado muy pronto, aun me queda más de media hora.

-Esperaré encantado. - sonreí y daba una vuelta en el taburete.- Mientras ponme un trozo de tarta y un café.

-No sabía que ibas a venir y no te guarde un trozo de tu tarta.- Se disculpó sonrojándose.

-No te pongas así. Cualquiera me vale.- Le sonreí.

El chico raudo, asintió y me puso un pedazo de tarta de fresa y una taza de café. Luego fue a limpiar mesas y seguir sirviendo cafés. Durante la larga media hora no paro un segundo y me sonreía cada vez que pasaba por delante de mí.

Cuando se fue el último de los clientes, Zack cerró la puerta para evitar que nadie más entrase, o para que nosotros no saliésemos. Cuando se volvió me puse de pie y me acerque a él con una sonrisa traviesa.

-Al fin solos.- Le susurré al oído con una voz lenta.- Y por lo visto no tienes intención de dejar que me vaya.

-Con lo que me ha costado que me hagas caso no pienso dejarte marchar tan fácilmente.- Contestó divertido.

Mi cerebro le dedico unos segundos a las palabras que había pronunciado. ¿Sería consciente de que había vendido su alma a cambio de vete a saber qué? Pero no era momento de preguntarlo. Me junte más a él y posé la mano en su espalda baja, juntándonos más aún.

-Me parece bien que no me dejes marchar.

Tímidamente acerque mi rostro al suyo y me humedecí los labios haciendo que mi lengua apenas rozase los labios del chico. Finalmente los junte, uniéndolos en un beso delicado, húmedo y caliente, que rápidamente se convirtió en un beso apasionado y hambriento. Mi instinto me llevo a atraerlo más hacia mí y apretarlo contra mi propio cuerpo, mientras que él unió sus manos tras mi nuca.

Lo único que nos interrumpió fueron las tripas del muchacho que retumbaron reclamando comida. Zack, avergonzado rompió el beso y enterró la cara en mi hombro mientras yo reía.

-Será mejor que te lleve a cenar algo antes de que te mueras de inanición.- El chico asintió y fue a buscar su chaqueta.- ¿Qué te apetece? ¿Un chino? ¿Italiano tal vez? He oído que hay un coreano no muy lejos...

-Pese a no ser muy glamuroso para la primera cita, me apetece pizza.- respondió mientras salíamos del establecimiento por la puerta trasera.

-Me parece una excelente idea.- Contesté satisfecho.- Luego, si quieres, tengo entradas para el Sanctum.

-¿Tienes entradas? Ese lugar está siempre abarrotado y es imposible conseguir una entrada.

-Ventajas de trabajar en él. -Los ojos del chico se quedaron como platos.- Bueno... ¿Quieres ir o busco otro plan?

-No, no... - Se apresuró a decir.- El Sanctum está genial.

Encontramos una pizzería en la cual pedimos una grande con peperoni y extra de queso. Mientras comíamos estuvimos hablando sobre nuestros trabajos. Al parecer el mío era mucho más interesante al ser camarero en el local de moda en Nueva York que en una cafetería de barrio.

-Que ganas tenía de comer algo así.- Dijo Zack cuando acabo con el último trozo.

-Me alegra que te haya gustado.- Susurré en su oído y de seguido bese su cuello y subí por él hasta llegar a su mandíbula y finalmente a sus labios.- Sabes a peperoni y queso.

El muchacho respondió con una sonrisa boba, lo cual le hizo parece mucho más inocente. Me acabe sentando encima de él. No estaba seguro de porqué, pero no podía evitar no hacerlo, simplemente lo hacía. El encargado de la pizzería nos miraba desde el mostrador con cara de desaprobación pero le ignore y seguí disfrutando del muchacho rubio que era mío por esa noche.

Le bese, como hacia un rato, en la cafetería, al principio tímido y suave, pero con los segundos se volvía hambriento y apasionado. Sus manos apretaban mi trasero tirando de mí hacia él.

-Disculpen, pero vamos a cerrar enseguida.- Rompí el beso y lancé una dura mirada al dependiente vestido con un horrible uniforme amarillo y rojo. El chico retrocedió un paso y pude oír como tragaba saliva.

-Claro.- Contestó rápidamente Zack, que me dio un golpecito para que me quitase de encima, pero no me moví.- Erik, ¿estás bien?

-Sí.- Contesté sin mirarle, con la mirada fija en el empleado. Solo se me pasaba por la cabeza elegir una de las mil formas de aplastar a ese molesto insecto. Mi acompañante tiró de mi camiseta haciendo que le mirase, lo que me saco de mi barullo mental y volviese al momento recordando que estaba con él. Le sonreí.- Claro, vayámonos.

Me levante y salimos del local. Al pasar por delante del cristal del local pude ver que el dependiente seguía ahí aterrorizado e inmóvil. Me di por satisfecho y volví a centrarme totalmente en Zack.

La siguiente parada fue el Sanctum.

No hubo problemas para entrar. El interior era oscuro, lo único que estaba iluminado era la barra, el resto tenía luz negra y láseres de colores. La música retumbaba en las paredes y la gente se movía al ritmo de ellas.

Comenzamos a bailar rozando nuestros cuerpos el uno con el otro. Sentía que estaba marcando mi territorio, diciéndoles a los demás depredadores de la sala que esa presa, ese chico, era mío y que nadie tenía que acercarse. No me molesto en absoluto darme cuenta de eso, de hecho me parecía correcto.

-¿Puedes ir a conseguir bebida? - Preguntó en mi oído. No me costó mucho oírle, aunque la música lo hacía más difícil. Asentí - Tomaré un destornillador, si no es mucha molestia.- Negué con la cabeza y él me sonrió - Iré al baño mientras.

En ese preciso momento nos separamos. Él fue hacia los aseos y yo me abrí paso entre la muchedumbre hasta llegar a la barra.

-Por fin llegas.- Dijo el barman.- Llegas tarde.

-Hoy es mi noche libre.- Contesté encogiéndome de hombros.- Ponme dos destornilladores.

-El jefe te está buscando como un loco. - El hombre, de unos treinta años y con ropa oscura, que le daba un aspecto de tipo duro y sexy, preparó los cócteles y los puso sobre la barra.

-Me da lo mismo, hoy no voy a trabajar.- Deje un billete para pagar las consumiciones y me largue.

-¡Nielsen!- Oí bramar a mis espaldas.- ¿Dónde te habías metido? Ponte a emborrachar a la gente ahora mismo.

Me giré con hastío para ver a mi jefe, con la misma camiseta de tirantes blanca sobre unos vaqueros viejos.

-Te lo repito, hoy es mi noche libre.- Contesté a la vez que volvía a caminar hacia los baños.

-Como no te pongas a servir bebidas ahora mismo, te despido.- No sabía si me veía todavía o no, pero encogí los hombros sin volverme y continué caminando.- Bien. No te molestes en volver mañana.

Ahora tendría que pensar en buscar otro trabajo. Bueno, me preocuparía mañana.

Mientras apartaba a la gente me fije que no todo era lo que parecía. Crucé la mirada con un recolector, fácil de detectar por sus ojos oscuros y vidriosos. Me resulto extraño que estuviera aquí.

Zack.

Con más urgencia me abrí paso hasta los baños y justo el muchacho salía de ellos.

-¿Estas bien? Parece que has visto un fantasma.

Me lance sobre él y le abracé. Me di cuenta que había perdido las bebidas en algún momento de la barra hasta ahí.

-Tenemos que irnos.- Le dije y tire de su muñeca hacia la salida. Él se zafó.

-¿Que? Acabamos de llegar... ¿Qué ocurre?

-Hace cosa de un año vendiste tu alma a una mujer rubia. Hoy han venido a buscarla.

Por detrás del muchacho paso otro recolector. Estaban acechando.

- Por favor, déjame ayudarte.

El chico ahora se dejó guiar y me dejo sacarle de la fiesta pon la entrada. Una vez fuera camine por las calles, en dirección a mi casa.

-Erik, ¿a dónde vamos?

-A un lugar seguro. - Contesté. Sabía que debía estar asustándose y no era momento para eso. Le aparte de la sigilosa calle, hasta un callejón cercano.- No sé porque lo hiciste, pero vendiste tu alma a un ángel, y ahora viene a recogerla para llevársela. No sé si pensaste que era broma o no, pero es cierto y no durarán en destrozarte para obtener tu alma.

"Chapó, Erik, ahora seguro que no se asusta." Pensé para mis adentros. Al fondo del oscuro callejón, apareció una silueta, al guiarme para buscar una escapatoria vi que en la entrada del callejón también había aparecido otra silueta. Maldije para mis adentros.

-Erik... Dime que son amigos tuyos.- Dijo el muchacho detrás mío.

-¿porque todo el mundo quiere que le mienta?-Dije recordando la conversación que había tenido esta mañana con Lia.

Lia. Ella tenía que estar detrás de todo...

Siluetas se fueron acumulando en los lados del callejón. Me volví hacia Zack e hice que se pegase a la pared y se encogiese.

-No te asustes más de lo que ya estas.- Murmuré.

El chico asintió y se acurrucó en un rincón junto a un contenedor metálico. Me separé de ese rincón para tener espacio. Las siluetas fueron tomando forma, convirtiéndose en personas encorvadas y con garras en lugar de manos. Conté rápidamente y era alguna más de una docena.

-Debes de estar orgulloso, rara vez envían a más de un par para buscar a una persona.

Le sonreí al chico que temblaba en el suelo.

Estiré el brazo y la mano se materializó una espada de pura oscuridad. En ese instante, varios de esos recolectores se lanzaron encima de mí. No me llevo mucho quitármelos de encima, a base de estacazos y esquivar varios zarpazos. Aquellos que se atrevían a acercarse a Zack recibían un mandoble haciendo que se partieran por la mitad y se convirtieran en polvo.

-Sabía que este chico me traería problemas.- Dijo una voz tranquila. Las siluetas se apartaron, dejando ver a un hombre de traje con la piel blanca como la leche.- Pero lo último que me imaginaba era un demonio protegiendo a un humano.

-Sorpresas que da la vida, sino sería muy aburrida.

-Cierto.- Contestó el hombre con una escueta sonrisa.- Y pensar que eras de mis mejores clientes.

-Era yo el que te daba permiso para cosechar las almas... No lo olvides, Gastón.-Retrocedí lentamente hasta quedar al lado de Zack.

-Pero esta vez no es tuya... Debes dárnoslo.

Apoye mi mano sobre el hombro del muchacho, que no dejo de temblar. En un rápido movimiento, lance un pequeño cuchillo improvisado con umbrokinesis hacia el hombre, a la vez que me transportaba con el chico.

Aparecimos en mi apartamento. Me tire en el sofá agotado. Cuando el chico se percató de todo, se levantó y empezó a dar vueltas y a hacer preguntas. Muchas preguntas. Deje que hablase, que pensase, que gritara y todo lo que tuviera que hacer. Al fin y al cabo era normal esa reacción.

-¿Que ha pasado? - Preguntó finalmente sentándose a mi lado en el sofá y mirándome con tristeza.

Yo me arrime a él, puse las piernas sobre las suyas y me acomode en su hombro.

- Lo arreglaremos. - Murmuré. - Aquí estas a salvo.

Lo último que recuerdo de esa noche es echarnos una manta encima.

domingo, 12 de mayo de 2013

Fantasma (Eva 3)

Justo al salir de la ducha el teléfono sonó y al descolgar escuche la irritante voz del ángel, que empezó a parlotear.

-Nos vemos en México.- le corté y colgué.

Me puse una ropa cualquiera y viaje a México gracias a la umbrokinesis. Acabe en los alrededores del estadio donde se había cancelado la semifinal de fútbol A unos pasos estaba todo tirado y caótico con árboles arrancados de cuajo e incrustados en casas sin techos.

El calor de México era excesivo y eso que solo hacia unas pocas horas que había amanecido.

Me puse gafas de sol, que siempre ayudan.

-Por favor, ¿qué te has hecho? -dijo a mi espaldas la chica rubia.-¿vaqueros y una camiseta de tirantes verde?- me miré y no conseguí ver nada malo, con lo que encogí los hombros. -¿Y esas gafas? ¿Qué te crees que eres? ¿Del equipo A?

-¿El equipo A?- Repetí confuso.- En fin, da igual...

Camine buscando algo que indicase donde estaba el guardián del viento.

-Vale, ignorando tu mal gusto vistiendo... ¿Qué hacemos aquí?

-Buscamos el origen de los tornados.

-Vale... ¿qué te parece una cochambrosa casa intacta?

Me gire hacia donde la rubia indicaba, una casa abandonada con alguna ventana rota, pero por el resto estaba bastante bien conservada.

Asentí y fuimos hasta allí.

La puerta abrió con un chirrido, dando paso a una casa oscura. Tenía el aspecto de haber sido barrido por el fuego.

-¿Y que buscamos aquí?- Pregunto Lia.

-Creo que a mi.- contesto una voz masculina.- Jo, Erik, no sé cómo te lo montas pero siempre atraes a las chicas más bonitas.-Y el pelo de mi acompañante revoloteo.

-Toda tuya, Cristopher.-Conteste encogiendo los hombros.

-¿En serio?- una ráfaga helada se puso justo a mi lado y en la punta de mi nariz se condenso un frío y denso líquido.

-Apártate un poco.- le comente mientras daba un paso a tras.

-Mira, demonio del tres al cuarto, a mí no me ofrezcas como si de un objeto...-a la chica empezó a resbalarle la misma baba espesa por la mejilla. -¡Sera cerdo el fantasma salido!

El ángel empezó a agitarse tratando de espantar al fantasma. Lo único que consiguió fue llenarse las manos de ectoplasma fantasmal.

-Bueno, ¿a qué se debe tu visita? -preguntó el fantasma que se hizo semitransparente sobre las escaleras. Acto seguido Lia dejo de manotear el aire.- No es tu afición traer solteritas a mi casa...

-Cuidado con lo que dices, fantasmón.-advirtió la chica.

-No, no vengo a traerte solteritas- La chica me lanzó una mirada de advertencia que ignore.- Sino a pedirte un favor.

-¡El gran y magnifico demonio viene a pedir ayuda a un pobre fantasma!- dijo mientras levitaba hacia mí. -¿En qué puedo ayudarte? Me gusta la idea de que me debas un favor.

-Quiero pedirte la llave de La Torre.

La expresión del fantasma cambio completamente. Porque quien diga que un muerto no puede expresarse no sabe lo que dice.

-¿Cómo te atreves a pedirme eso?- exclamó empezando a dar vueltas por la estancia.- Sabes que no puedes.-Pose una mirada dura sobre el delgado fantasma. -No, Erik, sabes que no.

La chica empezaba a impacientarse y no sabía cuánto aguantaría sin hacer nada.

-¡Te lo devolveré! Intacto. -Me apresure a añadir.

El ángel se apropió de un atizador de hierro que había en un rincón de la casa, el fantasma le vio y trago saliva fuertemente, si es que los fantasmas hacen eso.

-¿Tienes más ganas de colaborar?- Murmuró la chica con voz amenazante mientras que con el atizador daba suaves golpes contra su mano.

El fantasma y el ángel empezaron a jugar al gato y al ratón. Yo husmee por la casa en busca de algo que pudiera ayudar. Tras revisar todo el piso no encontré nada útil. Me quede mirando a la nada, apoyado sobre el marco de una puerta. Algo me llamo la atención, por la ventana de la cocina se podía ver una pequeña lápida en forma de cruz clavada a pocos metros de la casa.

Ignorando el estruendo que hacían la pareja salí de la casa por la puerta trasera. Tras eso los dos pararon para ver que hacía. Me encamine hacia la pequeña cruz y me agache junto a ella. En la inscripción rezaba: "Christopher Laurence"

-Tu anillo sigue ahí, contigo, ¿verdad?- Resolví.

-Ni se te ocurra, Erik.- gruño el fantasma que se iba a abalanzar sobre mi hasta que Lia puso el atizador entre los dos evitando que el incorpóreo se moviese.

-¿Te vas a poner a asaltar tumbas?- Apuntó el ángel. -Ahora entiendo tu modelito... vas rollo arqueólogo millonetis.

Le lance una mirada asesina, que con la concentración suficiente no mataría pero si dejaría gravemente herido. Emplee ese esfuerzo en crear una pala desde las sombras. Comencé a cavar bajo la atenta mirada de los otros dos.

-No tenéis intención de ayudarme, ¿verdad?- Pregunté tras llevar un corto periodo de tiempo.

-No.- Contestaron ambos a la vez.

Rodé los ojos y volví a cavar. Esta vez cree más palas “oscuras” que se movieran solas y me ayudaran a cavar más rápido.

Tras más de dos horas, di con un ataúd de madera de pino. Lo lógico hubiera sido gritar para avisar de que lo había encontrado, pero ellos no habían ayudado, no se llevarían la emoción de asaltar la tumba.

Golpee la tapa un par de veces, hasta que cedió y los tablones se partieron. Un horrible hedor se desprendió de su interior, haciéndome recordar que no hacía falta que respirase. Contuve el aliento y me agache para mirar en el interior de la caja. Mi búsqueda se centró en las esqueléticas manos del cadáver y efectivamente un anillo metálico y de color amarillento estaba en uno de los raquíticos dedos. Una vez en mi poder, salte del hoyo y camine, alejándome de la casa.

-¿Lo tienes? – Preguntó el ángel aun en el porche trasero de la casa.

En respuesta y sin volver a mirarme, enseñe el áureo complemento por encima de mi hombro. En pocos pasos la mujer se puso a mi altura.

-Eres todo un crack.

-¡Espera!- Paré y me giré hacia el fantasma que se había quedado allí.- Lo siento, Erik, Pero no puedo dejarte ir con eso.

-Te lo devolveré, Cristopher, no te preocupes.

-Y para que quiero el anillo si ya no custodia nada… No puedo dejarte ir con ello.

Empezó a levantarse una brisa que se transformó en un violento viento. El polvo del suelo comenzó a levantarse y quedo girando sobre la casa. Más bien en torno al fantasma. Me vi obligado a cubrirme la cara con el brazo y notaba la arena rascándome la piel. Me arrepentí de no haber traído una chaqueta o un pañuelo. El vendaval comenzó a moverme, haciendo que tuviera que poner todo mi empeño en mantenerme pegado al suelo.

Una roca, que no vi venir, me golpeo en el hombro y me hizo perder el equilibrio, haciéndome salir por los aires. Por suerte, fue como dar un salto-voltereta muy largo. No dejaría que eso pasaría de nuevo.

-Déjalo ya, Cris.- Grite en medio de la tormenta de arena.

La violencia del viento creció. Buscando un plan rápido eche a correr hacia la casa, tapándome los ojos para evitar que me entrase arena. Genere una nueva vara férrea. Con ella, en un salto, atravesé al fantasma y me deslice al interior de la casa. Para cuando me recupere, el espectro se había esfumado y la tormenta cesado. Salí de la casa sacudiéndome la arena de la ropa.

-Podías haberlo hecho antes, ahora me he llenado el pelo de asquerosa arena.

-También podría haberme ido y dejado la tormenta.- Contesté. Y ahora que lo pensaba no sabía porque no lo había hecho. Lo deje correr. Ya había perdido mucho tiempo y ahora tenía que volver a ducharme.

Eso hice, me fui de allí, dejando a Lia ahí, y me transporte a mi apartamento neoyorkino. Me metí de nuevo de la ducha para quitarme toda la arena de la tormenta. Luego me puse ropa limpia y me tumbe un rato en el sofá.

Para cuando quise darme cuenta, ya era la hora de ir a trabajar. Como siempre, me lo tome con tranquilidad y pasee por las calles hasta llegar al bar. El lugar hoy estaba tranquilo y no había mucho ajetreo.

Cerca de la medianoche note una punzada en el pecho y rápidamente identifique de qué se trataba, alguien me estaba convocando. Le dije a mi compañero que me iba a tomar un descanso y salí por la trasera. Acto seguido me transporte sin un destino concreto, solo guiado por la corazonada.

Di a un bosque, cerca de una encrucijada. Por la hora no debía de estar demasiado lejos de Nueva York. En el cruce de caminos había una chica.

-No es un lugar muy propicio para una señorita como tu.- Dije mientras me acercaba lentamente. La chica se sobresaltó y yo deje que me viera gracias a los faros de su propio coche.- Algún desconocido podría aparecer.- La muchacha trago saliva.- Aunque era esa tu intención, ¿verdad?

Camine hasta el centro del cruce y vi que la tierra estaba removida. Tal como indican las leyendas, si quieres invocar a un demonio, debes de enterrar una caja con varias especias y una foto tuya en una encrucijada de caminos a medianoche. Realmente la hora da lo mismo, solemos acudir en cualquier momento.

-Julie, ¿verdad? - Sabía su nombre porque había puesto dentro de la caja un carné de la biblioteca. La chica asintió.- Dime, ¿en qué puedo ayudarte?

La muchacha se acercó unos pasos. Era un poco más baja que yo y llevaba un vestido recatado. El pelo lo tenía recogido, en sus ojos había pura desesperación y en sus mejillas lágrimas. Me tendió una foto. Era de ella y un chico muy atractivo en la cima de una montaña.

-Puedes… Los médicos dijeron… -Tartamudeo tratando de contener más lágrimas.- Ellos dijeron que no vivirá…

-¿Quieres que le salve?

-¿Puedes? –Un rayo de esperanza atravesó sus ojos y yo asentí.- Entonces hazlo.

-¿Sabes el precio?- Era obvio que lo sabía, si conocía las leyendas invocadoras, también conocería el precio. La chica asintió.- Dilo.

-Mi alma.

-Así es. ¿Y de verdad crees que él merece que pagues con tu alma su vida?- Cuestione su decisión a la vez que le entregaba su foto.

-Él es toda mi vida y mi razón de vivir… Sin él no soy nada. Daria mi alma y mi vida mil veces si pudiera.

-Pues si tan segura estas. Yo salvaré a este chico, a cambio de tu alma, que recogeré en diez años.- Hice una pausa y me lo replantee.- Te daré veinte años.

-¿Ya está? – Preguntó la chica.

-Algunos se dan un beso para sellar el pacto, pero a mí con un apretón de manos me vale.- Tendí mi mano y la chica la estrecho vigorosamente.- Y yo que tú, no dejaría que una persona fuera mi todo, pues cuando se va, estamos vacíos. –La chica me miró confusa.- Pásate a verle mañana por la mañana.

La chica asintió y corrió a montarse en el coche para salir escopeteada, dejándome a oscuras en ese cruce de mala muerte. Mire la hora del teléfono móvil, aún tenía tiempo.

Me teletransporté hasta el hospital. No me costó nada saber dónde estaba el chico. Camine por el pasillo y la luz fluorescente parpadeaba a mi paso. Era la energía que estaba acumulando. Esto es lo que más nos gusta de los contratos a los demonios, la omnipotencia que nos otorga.

Abrí la puerta con un solo pensamiento y me situé junto al chico que estaba en la cama, durmiendo. La máquina que mostraba el cardiograma parpadeo. Pose mi mano en el pecho del chico.

-Despierta. -La espalda del chico se separó de la cama y las maquinas empezaron a pitar. El hombre tomo aire como si acabara de salir de una piscina. – Es muy triste que seas el hombre más apreciado del planeta y no vayas a apreciarlo.

Las enfermeras empezaron a revolver todo y yo desaparecí para no dar explicaciones. Volví a mi trabajo como si no hubiera pasado nada.

Cuando salí de mi jornada laboral, volví otra vez al hospital, me transporte hasta el exterior de la habitación donde estaba el chico. Me asome por la ventana y estaba el chico tumbado y la chica sentada en una silla a su lado. Conversaban. No sabía lo que decían, pero si sabía de qué estaban hablando. Él le decía que no quería pasar el resto de su vida junto a ella.

Efectivamente, la chica se levantó enfadada y se marchó de la habitación, pasando por mi lado sin siquiera fijarse que estaba ahí.

-Me encanta lo malos que podéis llegar a ser.- Lia se había aparecido a mi lado, apoyada en la pared.- Sobre todo cuando sabes que ahora estará diez años tratando de suicidarse sin éxito.

-Veinte. –Le corregí, con la vista puesta en el chico.- Yo le pregunté si estaba segura de que merecía la pena y me dijo que sí. No siento remordimientos.

-¿Y estas seguro de que nuestro trato merece la pena?- Preguntó.- ¿Estás seguro de que, cuando acabemos todo esto, él te querrá y no te dejará?

Ya tenía la respuesta a eso. Pero mi atención se posó en la televisión que había en la sala de espera al final del pasillo. El hombre de las noticias matinales hablaba sobre un tsunami de pequeña magnitud que embistió Nueva Zelanda por la parte este, la cara que daba a Australia. El reportero hacía hincapié en lo confusos que se encontraban los científicos debido a que Australia no había sufrido incidente alguno.

-¿Te apetece un viaje a Sidney? – Le pregunté al ángel.

-Claro… Siempre que pagues tú la cuenta.

domingo, 5 de mayo de 2013

Vampiro (Eva 2)

Gracias a la umbrokinesis llegue a Japón en apenas unos segundos. Era de noches aunque si hubiera sido de día no se apreciaría la diferencia, pues estaba todo completamente cubierto de nubes de las que caía algo como nieve sucia, que rápidamente identifique como ceniza de los volcanes. Todo estaba cubierto por ello, las farolas iluminaban calles desiertas con coches en medio de la calzada y la mayoría de las puertas estaban rotas o desencajadas dando a entender que el lugar ha sido propenso al pillaje aprovechando la evacuación llevada a cabo por las autoridades niponas.

El ángel rubia apareció tras de mí.

-Pensé que ibas a ser más rápida.

-¿A dónde me has traído? Este lugar es horrible... y huele peor.

-Esto es el norte de Japón.- contesté mientras empezaba a andar por la desolada calle.

Todo parecía llevar así siglos. Me di cuenta de que nuestras pisadas habían dejado huellas en la ceniza. Podíamos usar eso como indicador de presencia.

-¿Cómo te llamas, demonio?

-No voy a decirte mi verdadero nombre para que puedas invocarme cuando quieras.-Conteste, no tenía gana alguna de que eso pasase.- Pero la mejor aproximación de mi es Erik.

-¿Aproximación? ¿En serio crees que me apetece invocarte a cada rato, solo para incordiarte? -La miré por el rabillo del ojo y ella soltó una risotada de niña pija.- vale, me has pillado. Eres un chico listo, eso me gusta... Lástima que estés por el humano ese... Por cierto el mío es Lia, por si te interesa... Que veo que no.

A la chica no se le escapaba nada. Solo quería encontrar los anillos y conseguir el alma de Zack. Pero su incesante parloteo no ayudaba en nada.

Un ruido metálico, proveniente de un callejón me puso en alerta. Me dirigí hacia allí, esperando que fuera la vampiresa que portaba la llave de fuego. En el callejón lo único que se movía era una temblorosa puerta con más de un agujero. Entre por ella y di a unas escaleras polvorientas con varias pisadas. Subí hasta un pasillo largo con varias puertas. Las huellas llegaban hasta la tercera de la derecha.

Con toda la tranquilidad del mundo camine hasta allí y gire el pomo de la puerta. Allí había una habitación con una cómoda y una cama y sobre esta última había un gnomo tumbado, que se incorporó rápidamente sobresaltado.

-¿Pero qué demonios...?

-Mide tus palabras, duende.- contestó el ángel tras de mí, sabiendo perfectamente que aquel tipo bajito, barrigón y pelirrojo no era un duende.

-¡No soy un duende! –Replicó el hombrecillo.

-Me da igual. Conteste poniéndome entre la mujer y el gnomo. -Buscamos a una vampiresa, no debe de estar muy lejos y suele ser bastante problemática.

-Puede que sepa donde esta...

Lo que faltaba, un gnomo que quería ser rico a nuestra costa. Lia, que así dijo que se llamaba, dio un suave empujón a un jarrón encima de la cómoda.

-Ups. Que torpe soy, espero que fuera muy caro.

-Quiero una compensación por la información. -dijo el gnomo. El ángel en respuesta tiro la lámpara que había en la mesita de noche.

-Me la llevare de aquí para que deje de hacer destrozos, ¿te parece bien?

El gnomo se lo pensó y la mujer, haciendo uso de la luciquinesis destrozo la mesita de noche contraria a la anterior.

-Vale, vale...-contestó el hombrecillo. -hay una vampiresa con complejo de vaquera que siempre está dando la murga por el barrio.

-Gracias.- contesté mientras Lia se levantaba de la cama y salía de la habitación.

-Es un placer hacer negocios con vosotros.- murmuró el gnomo y cerró la puerta con un portazo.

-Creo que no le caímos bien.- comentó la rubia.

Rodé los ojos y salí a la calle. Cuanto antes encontrase a esa vampiresa antes podría separarme de esa ángel.

Un chirrido metálico retumbo en la calle, como cuando rayas la carrocería de un automóvil. Solo que era eso. La vampiresa se acercaba contoneando las caderas y rayando con la punta de una de sus armas de fuego cada coche que tenía a su alcance.

-No voy a decir que me agrade tu visita, Erik.

-¿Ella tampoco sabe tu verdadero nombre?- Preguntó el ángel tras de mi.

-Sé que solo sales de tu agujero para ordenar cosas y no me gusta.- continuó la vampiresa.

- Yo pensé que tus compañeros guardianes lo sabrían...

Un disparo surco el aire y dio justo en la pared tras de mi a pocos centímetros. Permanecí impasivo y con la mirada fija en la vampiresa, como había estado hasta ahora.

La vampiresa tenía el pelo caoba, largo y despeinado, dándole un aspecto peligroso. Llevaba ropa ceñida a su escultural cuerpo. Para los humanos eso es lo que les atrae, sensualidad y peligro. En la mano que no tenía el arma, tenía una botella de licor.

-Ahora recuerdo porque no me gustan las mujeres. -Murmure. -No vengo a ordenarte nada, solo a pedir prestado.

-No.- sentenció la vampiresa sin ni siquiera darme tiempo a pedir.- Sea lo fuere, no.

-Esto acabó antes de empezar...-Puntualizó el ángel.

-No ayudas.- Le susurré.- Alexandra, por favor. Déjame el anillo, te lo devolveré tan pronto como me sea posible.

-No sería una buena guardiana si diese lo que custodio al primero que lo pide.

-Lo hemos intentado a tu manera. -murmuró la rubia dando un paso a delante y sacando el arco de la nada.- Lo haremos a la mía.

-Eso suena a amenaza...- contestó la vampiresa que todavía estaba a una distancia prudente.

Si quería evitar que alguien saliese herido debería de hacer algo, pero no tenía ganas ni tiempo. Aunque si Lia mataba a Alexandra, cuando acabase todo esto habría que buscar otro guardián del fuego... y eso llevaba mucho más esfuerzo.

-Nadie ha amenazado a nadie, ni nadie va a hacer las cosas a su manera.- Grité y di unos pasos hacia la vampiresa que encañono su arma hacia mí. Mire a la morena a los ojos.- Solo te lo pido prestado unos días.

-Te dije que no, Erik.

-Siento tener que recurrir a esto...

Invoque en mi mano derecha una cerbatana. Y dispare un pequeño dardo que la mujer interceptó tirando la botella al suelo, que se hizo añicos. La vampiresa sonrió pensando que había fallado.

Pero se equivocaba.

El dardo estaba impregnado de una toxina paralizante sacada de no sé qué ser extraño ser. Alexandra noto el efecto y su sonrisa desapareció en el acto. Tres segundos más tarde cayó al suelo como un saco.

Sin ninguna prisa, ande hasta ella.

-¿Que me has hecho?- bufó la vampiresa. -Eres un maldito traidor.

Ignore los numerosos insultos y faltas hacia mi persona mientras le quitaba el anillo de la mano.

-Te lo devolveré... Te lo prometo.

-Sinceramente ni yo me lo esperaba.- reconoció el ángel.

Al alejarme me dio pena dejar a la chica así de expuesta. La recogí del suelo y la cargue hasta la habitación donde habíamos estado antes, la del gnomo. Este exploto al vernos pero le ignore y deje a la vampiresa sobre la cama.

-¿Con que derecho te crees que puedes dejar a esta tipa en mi cama?

-Yo que tú, le trataría con respeto, pues puede arrancarte la cabeza de un mordisco.- Vale, estaba exagerando un poco, pero no podía culparme por ello. Más vale prevenir que curar.- Al menos cuando se le pase el efecto del paralizante.

Salí de la habitación seguido de la rubia y de unos cuantas injurias hacia más hacia mi persona.

-Eres demasiado blando.- murmuró el ángel- Sorprendente, pero blando.

-Voy a cogerme el resto del día libre. Te guste o no.

Y sin dejarle responder me teletransporte, usando la umbrokinesis. Aparecí en central park de Nueva York y ya el día estaba acabando. El teléfono vibró en cuanto recibió cobertura nacional, indicando que habia recibido un mensaje. "2dias. 10pm. En el sanctum. Lleva a quien quieras."

Era una invitación a una fiesta. Era lo bueno de mi trabajo, tenía muchas invitaciones a fiestas y esta no iba a desperdiciarla.

Caminé hasta la cafetería donde trabaja Zack. Y ahí estaba, en la barra, sirviendo cafés. Ya debía de quedar poco para que acabase su turno.

-¿Otra vez aquí? Esta noche no vas a dormir.- rió el simpático camarero.

-No vengo a por café. - confesé. La cafetería estaba bastante vacía así que no me molesto nadie.- Sino a por ti. Me han invitado a una fiesta, y pensé que igual te apetece venir y cenar algo juntos.

El chico se le cayó la mandíbula. Sonreí en consecuencia. Zack empezó a balbucear y le puse el dedo sobre los labios.

-Vendré a buscarte en dos días, después de tu trabajo.

El chico asintió y sonrió. Aprovechando que mi mano estaba a su lado, le acaricie la cálida mejilla y el llevo su mano sobre la mía.

-Te voy a dar mi teléfono, para que me llames si tienes algún problema, ¿vale? -En una servilleta escribí mi nombre y mi teléfono. - es posible que no te coja, pero es normal, luego te llamó yo.

-Entendido. - contestó el chico con una sonrisa mientras admiraba el trozo de papel.

-Nos vemos en dos días. - Me despedí y antes de salir por la puerta le guiñe un ojo.

Tras dejar la cafetería atrás me dirigí a mi propio trabajo nocturno. Era camarero en el bar de moda en la ciudad: El sanctum.

El local estaba regido por un humano bastante avaricioso y contratarme había sido lo mejor que podía haber hecho en su insignificante vida.

Cuando llegue mi jefe esperaba en la trastienda, yo simplemente me limite a mi trabajo y cuando no hubo mucha gente me asome.

-Me voy a coger la noche libre dentro de dos días.

-No.- Contestó secamente.

-No me ha entendido bien, no se lo estaba pidiendo, se lo estaba avisando.

El hombre, de unos cuarenta años, se le empezaba a caer el pelo y le estaba asomando una barriga. Estaba leyendo el periódico, lo más seguro la sección de deportes. Pero lo que me llamo la atención fue la noticia de portada. "Suspendido partido de semifinales en México por numerosos tornados en la zona del estadio, dejando numerosos destrozos materiales"

Ya sabía cuál sería mi destino en la mañana.

El hombre había dicho algo pero le había ignorado. Volví a mi puesto hasta el amanecer.